Foto: http://prebenjaminespdj.blogspot.com/2011_11_01_archive.html |
Cada día necesitaba realizar los mismos rituales antes de salir al verde. Marcar las rutinas, insistir en lo que salía bien, reiterar hábitos una y otra vez.
En su caso, no era la ropa interior, ni vestir calcetines por debajo de las medias o entrar con uno de los pies al campo. Tampoco tenía que ver con la alimentación. Se trataba simplemente de un trocito de esparadrapo rodeando alguna de sus extremidades, su ofrenda a Dios.
No podía jugar sin aquel pequeño regalo al cielo que portaba estrangulándole la piel, dejando sin vello la zona que acordonaba. En ocasiones, mentía a quien preguntaba cual era su función, no quería escuchar nada desagradable que menospreciase su fe en aquella tira blanca.
En el vestuario, cortaba su pedacito de cinta en tres porciones y rodeaba su muñeca hasta volverla lechosa. Solía elegir el lado derecho para su ceremonial, entrenamiento a entrenamiento, partido a partido, confiaba en ese plus de energía divina que quizá le permitiera jugar en la élite.
Sus casi dos metros de altura contrastaban con un desplazamiento de joven aeróbico y fibroso. Hasta que se rompió. Un extraño movimiento encajó su pierna de apoyo mientras el resto de su cuerpo giraba en una pinchadita de balón. Su carrera deportiva pareció acabar en ese instante.
Dejó de creer. El altarcito que veneraba al Señor en su habitación, desapareció de forma meteórica. Se rompieron sus sueños. Sus manos abiertas y pegadas por los meñiques, igual que para sus oraciones, tapaban su rostro durante el diagnóstico médico. Necesitaba de una operación, cuatro grapas cerrarían las dos partes en las que la piel le quedaría dividida. Por segunda vez, señales imborrables marcarían su cuerpo.
Llegó el momento de comunicárselo a sus compañeros que permanecían impacientes en el vestuario. El silencio acompañaba cada una de sus miradas. Sus ojos, fijados en las botas que ocupaban la parte inferior de las banquetas, comenzaban a humedecerse. Extrañó su cinta celestial en el armario, la misma que cada día formaba parte de sus plegarias. No encontraba palabras. Se dio cuenta que lo único que adoraba era el fútbol.
muy bueno, de verdad
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