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jueves, 2 de enero de 2014

Carta a un amigo




A  mi amigo Víctor,


Conocí a Víctor por Internet.  Sonaba a teclas tocadas con pasión, a palabra humilde y mística, a corazón guerrero y bravo. Joven venezolano, compañero de Master de Derecho Deportivo y abogado con iniciativa, tenía el don de sorprender.

No recuerdo qué descripción rezaba su perfil de alumno, apuesto que la palabra ´reto´ estaba presente en los pocos caracteres que podían ser utilizados para complementar la foto que daba inicio a la página personal. Comenzó a ser parte de mi red social.

Frente a la pantalla compartimos inquietudes, vivencias y parte de nuestro tiempo de estudio. Ambos estábamos sentados ante un ordenador, leyendo letras en distintas sillas. Nos íbamos descubriendo a medida que pasaba el curso. Sobre todo cuando los temas tratados en clase eran emotivos. 

´No´ era la palabra que más le habían repetido. Paradójicamente, yo le consideraba optimista. Cada día exhalaba aliento de domingo.

Quería sacar el título de entrenador, quería poder desprenderse de la silla de ruedas que lo acompañaba a cada lugar, quería superar barreras y dejar el suelo a sus pies. Era amante del fútbol, de su selección la ´vinotinto´ y del Real Madrid. 

Con el tiempo entendí que siempre hacía caso omiso a los monosílabos que contienen la ´n´. Cada día perseguía sueños, retos en forma de paralelas en el pasillo de su casa. Duras sesiones de recuperación y fisioterapia.  En ocasiones, el caminar con obstáculos, terminaba en derrota. Los conos caían a su paso, pero su paso no decaía.

Afortunadamente, su mente podía llevarle a lugares donde le hicieron creer que no podría llegar, al menos, por poco más de un minuto. Constantemente, su actitud era su mayor capacidad.

En una ocasión, le conté que me encontraba desanimada tras perder un partido. Me respondió un contundente: ´cada día se gana y se pierde. No puedo ponerme en tus zapatos

A día 1 de Enero de 2014, me escribió un mensaje acompañado de una imagen de poca calidad. Se podían ver una pequeña portería que ocupaba todo el ancho que separaba dos paredes  y un viejo balón, probablemente deshinchado, en un suelo de azulejo.

“¿Recuerdas cuando hablamos de los ánimos tras perder un partido? Te dije que no podía saber con certeza lo que se sentía porque no estaba en tus zapatos. Armé la portería de mi sobrino entre las paralelas de mi casa e hice terapia así. Quizás aún no lo sepa,  pero lo disfruté. Te lo quería enseñar por si alguna vez sirve para que no te desanimes.”

Él me enseñó a ganar partidos. Siempre sabía que teclas pulsar.

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